Relato: Sí, debía ser aquella la receta.

Relato sobre el amanecer

«Dos rayos de sol, una gota de sangre y una profunda inspiración. Si, debía ser aquella la receta.»      

De nuevo aquel sonido, de nuevo aquella situación, como un bucle infinito del que no puedes, ni quieres, escapar, la radio anunciaba el nuevo día. Todo estaba preparado, pronto ocurriría, y debía estar atento, uno no siempre tiene uno la oportunidad de contemplar semejante espectáculo.  

La habitación parecía la misma de siempre, si no fuera por la tonalidad que había cogido aquella mañana. La luz que entraba por los ventanales reflejaba sobre la pared, verde manzana, la silueta de dos gorriones posados en mi balcón. No parecían tener preocupaciones, simplemente cumplían su función el mundo, vivir. Mientras uno picoteaba la maceta de los lirios, el otro observaba curioso, a la espera, ladeando la cabeza, intentando asimilarlo. Era un comportamiento sencillo, natural: observar y aprender.    

Tenue luz del medio día,
lunas al amanecer,
despertar que se anticipa
al brillante oscurecer.

Tras desgranar los pocos fragmentos de la noche anterior, miré a mi alrededor, y fui consciente del desorden que reinaba en la habitación. Libros. Libros desperdigados por doquier, junto a un sinfín de zapatos, adoquinaban el suelo. Un escritorio lleno de papeles, inservibles la mayoría, parecía estar custodiado por la silla llena de ropa, bajo la cual seguramente podría encontrar algún resto de tabaco. Si, tabaco, necesitaba relajarme, debía estar sereno y tranquilo cuando ocurriera, pues precisaba de toda mi atención.  

Pese al desorden, el brillo del alba había creado la escena perfecta para la función. La luz que se filtraba por las cortinas dejaba a entrever el polvo flotando en el ambiente, a la vez que aportaba la cálida tonalidad de una tarde de verano.    

Latencia mortecina,
suspiros de ansiedad,
comprender lo que es la vida,
exprimirla hasta explotar.

De repente ocurrió. Durante cuatro o cinco segundos todo pareció quedarse inmóvil . No había ruido de pájaros, de coches o ventiladores; no importaba el trabajo, la responsabilidad ni los estudios; no existían los países, las ciudades o los suburbios. Nada. Únicamente existía aquello, y el tiempo se había detenido, como una reverencia de respeto ante tal acontecimiento. Sabía que no duraría, sabía que en cuanto ocurriese desaparecería, quizá para no volver, pero era un precio justo, y estaba dispuesto a pagarlo.    

Ella había despertado.

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